En lo más profundo de su
conciencia descubre el hombree la existencia de una ley que él no se
dicta a sí mismo, pero a la cual debe obedecer, y cuya voz resuena,
cuando es necesario, en los oídos de su corazón, advirtiéndole que debe
amar y practicar el bien y que debe evitar el mal: haz esto, evita
aquello. Porque el hombre tiene una ley escrita por Dios en su corazón,
en cuya obediencia consiste la dignidad humana y por la cual será
juzgado personalmente (Rm 2,14-16). La conciencia es el núcleo más
secreto y el sagrario del hombre, en el que éste se siente a solas con
Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo de aquélla.
La
orientación del hombre hacia el bien sólo se logra con el uso de la
libertad, la cual posee un valor que nuestros contemporáneos ensalzan
con entusiasmo. Y con toda razón. Con frecuencia, sin embargo, la
fomentan de forma depravada, como si fuera pura licencia para hacer
cualquier cosa, con tal que deleite, aunque sea mala. La verdadera
libertad es signo eminente de la imagen divina (Gn 1,26) en el hombre.
Dios ha querido dejar al hombre en manos de su propia decisión (Si
15,14) para que así busque espontáneamente a su Creador y, adhiriéndose
libremente a éste, alcance la plena y bienaventurada perfección. La
dignidad humana requiere, por tanto, que el hombre actúe según su
conciencia y libre elección...
El hombre logra esta dignidad
cuando, liberado totalmente de la cautividad de las pasiones, tiende a
su fin con la libre elección del bien y se procura medios adecuados para
ello con eficacia y esfuerzo crecientes. La libertad humana, herida por
el pecado, para dar la máxima eficacia a esta ordenación a Dios, ha de
apoyarse necesariamente en la gracia de Dios.
in evangelhoquotidiano.org