De San Francisco de Sales, obispo de Ginebra
San Pedro, uno de los apóstoles, se hizo culpable ante el Señor porque
negaba conocerle, y no sólo esto, lo maldecía, blasfemaba, asegurando
que no sabía de quien le hablaban. (Mt 26,69) ¡Qué golpe para el corazón
de Nuestro Señor! ¡Ah, pobre Pedro, qué dices y qué haces! ¡No sabes
quién es, aquel que te llamó en persona para que fueras su apóstol, tú
que habías confesado que Él era el Hijo de Dios vivo. (Mt 16,18) ¡Ah,
miserable hombre, cómo te atreves a decir que no sabes quién es! ¿No es
aquel que hace poco estaba delante de ti para lavarte los pies, que te
alimentó con su cuerpo y su sangre?
¡Que nadie presuma de sus buenas obras, ni piense que no tiene nada
que temer, ya que San Pedro que había recibido tantas gracias y había
prometido acompañar al Señor a la prisión y a la muerte, lo negó ante la
simple insinuación de una sirvienta!
San Pedro, oyendo cantar el gallo, se acordó de lo que había hecho y
lo que le había dicho su buen Maestro. Y reconociendo su falta, salió y
lloró amargamente y recibió el perdón de todos sus pecados. ¡Oh,
bienaventurado Pedro, por esta contrición, recibiste el perdón general
de tu gran deslealtad al Señor!...Sé que fueron las miradas sagradas de
Nuestro Señor que penetraron tu corazón y te abrieron los ojos para
reconocer tu pecado... Desde entonces, no dejó de llorar, principalmente
cuando oía cantar al gallo por la noche y en la madrugada... De esta
manera, Pedro se convirtió de gran pecador, en un gran santo.
in evangelhoquotidiano.org