quinta-feira, 4 de abril de 2013

De Pablo VI, papa

Fijémonos en el saludo inesperado, tres veces repetido por Jesús resucitado, cuando se apareció a sus discípulos reunidos en la sala alta, por miedo a los judíos (Jn 20,19).  En aquella época, este saludo era habitual, pero en las circunstancias en que fue pronunciado, adquiere una plenitud sorprendente. Os acordáis de las palabras: “Paz a vosotros”. Un saludo que resonaba en Navidad: “Paz en la tierra” (Lc 2,14) Un saludo bíblico, ya anunciado como promesa efectiva del reino mesiánico (Jn 14,27). Pero ahora es comunicado como una realidad que toma cuerpo en este primer núcleo de la Iglesia naciente: la paz de Cristo victorioso sobre la muerte y de las causas próximas y remotas de los efectos terribles y desconocidos de la muerte.
   
    Jesús resucitado anuncia pues, y funda la paz en el alma descarriada de sus discípulos... Es la paz del Señor, entendida en su significación primera, personal, interior, aquella que Pablo enumera entre los frutos del Espíritu, después de la caridad y el gozo, fundiéndose con ellos (Gal 5,22) ¿Qué hay de mejor para un hombre consciente y honrado? La paz de la conciencia ¿no es el mejor consuelo que podamos encontrar?... La paz del corazón es la felicidad auténtica. Ayuda a ser fuerte en la adversidad, mantiene la nobleza y la libertad de la persona, incluso en las situaciones más graves, es la tabla de salvación, la esperanza...en los momentos en que la desesperación parece vencernos.... Es el primer don del resucitado, el sacramento de un perdón que resucita (Jn 20,23).  
in evangelhoquotidiano.org