Los cristianos no se
distinguen de los demás hombres, ni por el lugar en que viven, ni por su
lenguaje, ni por su modo de vivir. Ellos, en efecto, no tienen ciudades
propias, ni utilizan un hablar insólito, ni llevan un género de vida
distinto. Su sistema doctrinal no ha sido inventado gracias al talento y
especulación de hombres estudiosos, ni profesan, como otros, una
enseñanza basada en autoridad de hombres.
Viven en ciudades griegas o bárbaras, según les cupo en suerte,
siguen las costumbres de los habitantes del país, tanto en el vestir
como en todo su estilo de vida y, sin embargo, dan muestras de un tenor
de vida admirable y, a juicio de todos, increíble. Habitan en su propia
patria, pero como forasteros; toman parte en todo como ciudadanos, pero
lo soportan todo como extranjeros; toda tierra extraña es patria para
ellos, pero están en toda patria como en tierra extraña... viven en la
carne, pero no según la carne. Viven en la tierra, pero su ciudadanía
está en el cielo. Obedecen las leyes establecidas, y con su modo de
vivir superan estas leyes.
Aman a todos, y todos los persiguen. Se los condena sin conocerlos.
Se les da muerte, y con ello reciben la vida. Son pobres, y enriquecen a
muchos; carecen de todo, y abundan en todo. Sufren la deshonra, y ello
les sirve de gloria... Son ultrajados y ellos bendicen... Para decirlo
en pocas palabras: los cristianos son en el mundo, lo que el alma es en
el cuerpo.
in evangelhoquotidiano.org